Todavía tengo
mucho que hacer con éste blog, y creo que se nota.
El diseño actual
no es en absoluto feo — las flores son un elemento decorativo que siempre me ha gustado, aunque nunca más que mis estrellas, y el suave color anaranjado que escogí para el título me recuerda a uno de esos bonitos atardeceres que muchas veces veo en verano...
Pero eso no quiere decir que sea lo que tengo en mente para mi blog.
Aunque he de admitir que por lo menos
me gusta lo suficiente como para que continúe haciendo su función durante unos
cuantos días más, apañando una presentación más o menos atractiva hasta que por fin encuentre la manera de plasmar lo que
algunos ya saben que tengo en la cabeza respecto al diseño final que quiero que tenga este sitio.
La verdad es que
también soy bastante consciente de que una temática tan primaveral como la que tengo en este momento desentona
demasiado con un lugar en el que pretendo hablar de cielos inmensos, y apuesto lo que sea a que
muchos de vosotros me daréis la razón.
Por el momento no he encontrado nada que me convenza
completamente, pese a que ya he hecho algún que otro experimento que me ha salido un poco rana por no contar con los medios suficientes, pero cuando he visto el
seis de mayo marcado en la pantalla de mi teléfono móvil no he podido evitar pensar que
tenía que contárselo al mundo: hace un mes que puedo decir con la boca bien llena que
él es mío.
Su nombre es
Ron — no por Weasley como muchos me han preguntado, sino por la bebida alcohólica — y es un precioso ejemplar de ratonero bodeguero andaluz que conocimos mi pareja y yo durante la primera visita (completamente improvisada) que ambos hacíamos a la
Protectora de Animales de nuestra ciudad, ya que mi madre había considerado que ya era hora de darme lo que tanto buscaba:
una mascota.
Creo que puedo hablar en nombre de los dos cuando digo que esperábamos un espectáculo deleznable de animales viviendo enjaulados en unas pésimas condiciones, pero mi sorpresa fue tremenda cuando las puertas de la Protectora se abrieron para darnos paso a un lugar que no sólo transmitía un sentimiento de
esperanza, sino dónde había un montón de perrazos enormes sueltos, buscando con sus hocicos el cariño de una mano humana (visitante o voluntario) para que le diera su
amor.
Quiero
mentir diciendo que era un lugar alegre sólo porque me gustaría que lo fuera, ¿sabéis? Cuando eres consciente de que muchos animales de los que están en ese lugar han vivido experiencias terribles, no puedes decir eso porque es un insulto a los supervivientes de abandono o maltrato...
Por eso creo que es más adecuado usar la palabra
esperanza.
Porque era lo que había.Las voluntarias que nos atendieron a nosotros en todo momento sonreían esperanzadas al pensar que uno de esos supervivientes había encontrado un hogar en dónde iba a recibir atenciones y cariños como se merecía desde que nació, mientras que una muchacha rubia se deshacía en lágrimas sosteniendo a unos pequeños cachorros de semanas que había encontrado abandonados, con la esperanza de que vinieran las personas que había contactado para que se hicieran cargo de ellos.
Hablo únicamente de los humanos porque
los animales siempre merecen un párrafo aparte, quizás porque ellos son los que más esperanzas tienen mientras esperan o porque esperan tener esperanza, aunque suene a trabalenguas. Sé de lo que hablo porque un enorme perro viejo, cansado y negro, se
estremeció de gusto bajo la mano de mi novio cuando le regaló una suave caricia y me lo confirma el hecho de que tuvimos a ese pequeño — sí, porque
todos son pequeños, son cachorros, son hermosos — pegado a nuestros talones hasta que nos fuimos.
“
Tenemos unos cachorros de bodeguero que son preciosos” nos comentó la primera voluntaria que nos atendió mientras nos llevaba a la zona en la que estaban, y la seguimos mientras yo trataba de hacer memoria en qué tipo de raza podría ser aquella.
No la conocía y no me importó.
Porque cuando supe que ese par de pequeños que se acurrucaban en una esquina de la jaula mientras intentaban mantenerse a salvo, lejos de nosotros, habían sido
abandonados junto a su hermana Tónica —
que ya había sido adoptada — un frío mes de invierno en la puerta de la Protectora, llenos de parásitos y seguramente muertos de hambre, me dio exactamente igual que hubiera expresado anteriormente mis ganas de tener un beagle, o que mi madre prefiriera un yorkshire como Luna, que es la perra de mi tío.
Supe que
éramos el uno para el otro.
Mi madre fue bastante más escéptica que yo respecto a la adopción cuando conoció a mi pequeño príncipe debido a que no estábamos seguras del tamaño que alcanzará cuando sea mayor, quizás porque ese es el trabajo de una madre con sus retoños
más descerebrados o porque simplemente ella ha sido
tsundere desde que me alcanza la memoria (lo cual me ayuda a saber de dónde lo heredé yo).
Ahora no sabemos lo que haríamos
sin él.
Y no voy a redactar una novela rosa como muchas otras personas hacen porque ha sido una experiencia
bastante dura para mí en la que
he deseado tirar la toalla como nunca antes me había pasado, porque tenía la sensación de que la situación estaba
sobrepasándome en todo momento — aunque gracias a la ayuda de mi novio, que es más bueno que un cacho de pan recubierto con azúcar glas y a una madre que
no me la merezco (ella
tampoco a mí, pero funcionamos de
esa manera y nos va bien) he conseguido mantenerme
más o menos firme.
Porque en ocasiones tengo una cantidad
monumental de estrés encima y Ron
no es capaz de entender por sí mismo qué puede o no puede hacer — y, mi cariño, por más que te fascinen los cargadores de los teléfonos móviles,
¡no se muerden! Tampoco tu correa de paseo, ni los almohadones, ni... — o
no es capaz de comprender que, por muchas ganas que tenga él de jugar,
las cuatro de la mañana sigue sin ser una hora razonable para hacerlo.
Y he tenido
inseguridad a raudales acerca de lo que me iba pasando con ese adorable desastre de cuatro patas y un adorable lunar en la frente, porque a mí eso de persona dispuesta a comerse el mundo
no me ha quedado bien como etiqueta, soy más una que está
de paso, y eso de convertirme en una heroína para alguien que a duras penas tiene conciencia de lo que hemos hecho por él,
no sé, me hace sentir
demasiado grande, muchísimo
más importante, de lo que realmente
creo merecer.
¿Cómo puedo no querer a mi experto depredador de flamencos de peluche?